
Según la Organización Mundial de Sanidad Animal (OMSA), “la calidad de los servicios veterinarios depende de factores de carácter ético, organizacional, legislativo y técnico” (CSAT, cap. 3.2). Para promover calidad de atención, los veterinarios se capacitan para obtener habilidades duras, sin embargo, no hay capacitación en habilidades blandas, las cuales muchos profesionales las obtienen a lo largo de su ejercicio profesional. Estos instrumentos mejoran la comunicación con los tenedores de animales, que finalmente serán los que tomarán las decisiones en los distintos tratamientos según sus realidades (Lewis, 2003; Mills et al., 2006).
Desde hace al menos cuatro décadas, la cantidad de animales de compañía ha aumentado significativamente a nivel mundial (Arman et al., 2023) y la interacción humano-animal ha devengado en relaciones afectivas muy estrechas, debido al rol que ocupan los animales de compañía en los hogares de las personas (Dow et al., 2019). A consecuencia de este vínculo afectivo, la exigencia hacia los profesionales veterinarios se ha visto incrementada de forma sostenida en términos de conocimientos técnicos, equipamiento, disponibilidad de amplios horarios de atención, y también en cuestiones vinculadas a la “escucha” que requieren los tutores de los animales. Se suma a su vez, el manejo empático de eutanasias, las que afectan emocionalmente no solo a tutores sino también a los profesionales (Moses et al., 2018). Según la OMSA, la actividad de los veterinarios estaría estrictamente dirigida a “generar acciones en materia de sanidad animal, bienestar animal y salud pública veterinaria” (CSAT cap.6.1; 7.1.). Sin embargo, esta actividad se desvirtúa en la práctica profesional de animales de compañía, debido a los lazos afectivos generados entre los propios veterinarios, con tutores y pacientes. El grado de involucramiento emocional en el trabajo, sumado a la falta de herramientas para diferenciar entre empatía y compasión, genera frustración, agotamiento mental y emocional, un conjunto de síntomas que se enmarcan bajo el concepto de “fatiga por compasión” (Cohen, 2007; Dowling, 2018; Polachek & Wallace, 2018) y generan un síndrome denominado de Burnout o de quemado profesional.
A su vez, la actividad profesional propiamente dicha genera riesgos en la salud física del veterinario que son propios de la actividad, sumado a desgaste físico que se traduce en lesiones ocupacionales posiblemente evitables y/o prevenibles.
Por todo lo anteriormente mencionado, es esencial comenzar a integrar la salud del veterinario como eje central de los emprendimientos laborales, así como a brindar herramientas de “engagement” profesional para evitar o prevenir el síndrome de agotamiento o quemado profesional, de forma interdisciplinaria.
Para ello, nos apoyaremos de médicos/as, psicólogos/as, psiquiatras, terapeutas ocupacionales, nutricionistas, profesores de educación física y una instructora de yoga y mindfulness.
- Professor: katherine arman ruiz
- Professor: Claudia de Aurrecoechea
- Professor: Rodrigo Yarzábal